El 7 de noviembre pasado se conmemoró un aniversario más del nacimiento de un gigante del cancionero peruano, un artista a quien todos los peruanos que amamos este noble suelo estamos en el deber de conocer: Ernesto Sánchez Fajardo, El Jilguero del Huascarán. Este año cumpliría 84 años.
Con motivo de recordar su gran obra artística, tuve el honor de ser invitado por la familia de El Jilguero del Huascarán para un homenaje póstumo en la Derrama Magisterial, con el fin de ofrecer mi testimonio personal sobre su gran trayectoria. Ese día se entregó en manos de su esposa, Maruja Fuentes, su compañera de arte e inspiradora de sus versos, la importante condecoración "Horacio", con la elevada mención de "Maestro"; lamentablemente, aquel día mi salud, algo afectada en los últimos tiempos, me impidió asistir como era mi deseo y compromiso. Sin embargo, en estas líneas deseo hacer justa mención de algunos recuerdos.
Con el Jilguero del Huascarán me unió una sólida y profunda amistad. En primer lugar, diré algo que nunca antes he escrito respecto a Ernesto: fue gracias a él que pude afirmar, dirigir mi mirada y atención decidida sobre nuestro mundo andino, sobre la ternura de sus músicas. A él le debo este acercamiento que marcó para siempre mi amor por el universo rural, pueblerino, campesino, mestizo e indio, de profundas raíces, diverso, de ese mundo que guarda lecciones para hacer viable el mundo que habitamos y que ha sido por tanto siglos negado. Mi gratitud a Ernesto Sánchez Fajardo, por tanto, es de por vida.
Era de aspecto modesto, trato cordial y sencillo en cada uno de sus actos, como suelen ser sólo los grandes de espíritu. Sin embargo, se transformaba en todo un gigante, en un coloso, como se lo conocía, que dominaba la escena cuando guitarra en mano se presentaba ante ese público provinciano que lo esperaba por horas para oírlo cantar, público al que él tanto amaba.
Nos unió una amistad que transitaba desde la defensa y difusión de nuestras canciones, hasta el compromiso social por nuestros pueblos. No sólo por sus tradiciones, sino también por hacer visible sus urgencias, sus humanas reivindicaciones, compromiso que hoy casi está ausente en los nombres famosos de estos tiempos.
Casi puedo asegurar que muchos cantantes contemporáneos hoy envidiarían la acogida y multitudinaria cantidad de admiradores que poseía Ernesto Sánchez Fajardo. La gente provinciana asentada en la capital lo amaba y respetaba. En el Perú, El Jilguero del Huascarán llegó a vender más discos que los artistas internacionales más famosos de su tiempo, entre ellos Chubby Checker, Los Beatles o Rafael. Pero no se equivoquen, nunca se hizo millonario. Su riqueza sólo se expresó en aquellos actos que dignifican verdaderamente a un hombre, a un artista verdadero: compromiso con su pueblo, con los obreros y carenciados, con sus convicciones y férreo accionar en defensa de las culturas originarias de nuestra patria.
Recuerdo personal
Fueron incontables las oportunidades en que trabajamos juntos. Nuestra tarea musical transitaba los coliseos, las fiestas costumbristas, los sindicatos, e invariablemente éramos invitados por las diferentes universidades del país, acogidos por estudiantes conscientes de nuestra realidad. Un automóvil de grandes dimensiones, que en algún momento llegó a adquirir, era el cómplice con el cual recorríamos los diferentes escenarios.
Ernesto llegó a ser congresista de la Asamblea Constituyente del Perú entre 1978 y 1979, gracias a la grandiosa votación que recibió por parte de un pueblo que vio en él a uno de los suyos. De su paso por el Congreso, el Perú le debe a Ernesto Sánchez Fajardo la aprobación de tal vez de dos los artículos de la Constitución Política del Perú (recogidos incluso en la Constitución de 1993) más importantes de toda la historia cultural peruana. En ellos, por primera vez, las leyes peruanas establecían el deber del Estado de defender y promover las manifestaciones artísticas tradicionales de los diferentes pueblos de nuestra patria, sus músicas, sus danzas, sus costumbres; y, por otro lado, por primera vez una ley en el Perú otorgó el derecho a nuestros pueblos a ser educados e instruidos en su lengua materna o de origen.
Músico y cantor notable, incansable e irreverente autor de canciones, dirigente gremial en defensa de los derechos de los trabajadores del arte, famoso como pocos, Ernesto jamás dejó de recorrer y mirar con respeto a la tierra que lo vio nacer; todo un ejemplo para las nuevas generaciones.
Sus sueños los abrazamos en un fragmento de una de sus canciones más celebradas, "Al compás de mi guitarra". Hasta siempre Ernesto, amigo, paisano, hermano.
Al compás de mi guitarra
"Arriba, arriba, patria querida
y los peruanos de corazón,
no permitamos la mala vida,
la mala vida de la nación"